domingo, 4 de septiembre de 2011

Balada triste de trompeta

Por Georgina Vorano | Cine

Título: Balada triste de trompeta.
Dirección: Álex de la Iglesia
Guión: Álex de la Iglesia
Sonido: Carlos Schmukler
Reparto: Carlos Areces (Javier), Carolina Bang, Antonio de la Torre, Santiago Segura, Manuel Tallafé, Nazaret Aracil, Gracia Olayo, Enrique Villén. 
País: España/Francia
Año: 2010
Género: Comedia negra
Duración: 101 min.
Estreno: 25 de agosto (Bs. As).

La historia de Javier es la de un payaso traumado que creció con el reclutamiento de su padre por el Ejército Republicano, quien luego muere en manos de las tropas falangistas durante la Guerra Civil Española y la dictadura de Franco. En ese contexto, Javier se convierte en un Payaso Triste (que es lo único que sabe hacer), hasta llegar a un circo en donde desatará, además, una guerra personal y por supuesto, payasesca. 



No sólo hay circo en el circo

Advertencia: el artículo puede contener spoilers.

Para hacerse una idea de Alex de la Iglesia, el célebre director español que nos acerca su última producción con aires circenses, hay que mencionar que se trata de un tipo que, mientras obtenía su Licenciatura en Filosofía, cultivaba un género tan “out” de las elites del Saber como lo son los cómics. De ahí que sus películas traten temas sociales e históricamente sensibles, desde los bordes y sin tropezar, haciendo equilibrio con la vara de un estilo estético y narrativo inédito en el cine español.

Lo siniestro

En esta ocasión, la singularidad viene no sólo porque la peli aborda la Guerra Civil Española con una pelea de payasos en clave “Buddy Movie” (donde la chica -supuesto propósito- termina resultando secundaria), sino también porque utiliza con asombrosa pericia una estética expresionista y grotesca, de imágenes deformadas, crudas, con personajes voluptuosamente recargados y colores tiernos y violentos. En ese tren, podemos ver a Javier, el Payaso Triste, con quemaduras rosadas en la cara, caminando con una ametralladora en la espalda y una Magnum en la mano, mientras llora por la chica al ritmo de un tema reversionado de Chichi Peralta. Imperdible escena.

Aunque si hablamos de circos y payasos, lo que se impone es lo ominoso, esa variedad de lo terrorífico que prefiere los tonos pasteles, que tiene sabor dulce y que se produce cuando aquello que era tiernamente familiar de pronto se vuelve extraño y oscuro. O al revés, cuando en algo ajeno y aparentemente bello reconocemos sombras íntimas y lúgubres. Será por eso que los circos, además de traernos buenos recuerdos, también nos evocan esa fascinación enrarecida que tienta, muchas veces, a descorrer el telón, a ver qué pasa después de la función. Y eso, es siempre siniestro.

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