lunes, 15 de agosto de 2011

Castillos en el aire

Por Juan Pablo Duarte | Cine

El barro no permite asentar buenos cimientos, pero hay momentos en que es ése el único terreno que el mundo tiene para ofrecer. Entonces aparece la tentadora posibilidad de edificar castillos en el aire. 
El cómic, ese elemento mítico de la cultura de masas, debe su origen a la empantanada economía americana de los años treinta. En un país tambaleante, dibujantes creaban mundos de fantasía y miles de lectores los devoraban con fascinación. 
Por aquellos años, transcurrió la Edad de Oro del cómic. Jerry Siegel y Joe Shuster creaban desde DC Cómics a Súperman, el primer superhéroe de la historia de la humanidad, y las editoriales les pedían más y más de estas criaturas. 

Algún tiempo después, Jack Kirby y Joe Simon creaban el Capitán América en tinta y papel. Estados Unidos, que aún no se recuperaba de la crisis económica, ahora tomaba parte en la Segunda Guerra Mundial agudizando sus problemas de desempleo y pobreza. Ningún terreno hubiera sido mejor para aquella historia sin demasiadas pretensiones, que se leía fácilmente y prometía un buen refugio en la fantasía por solo 10 centavos. 
Aquél primer número de marzo de 1941 vendió ochocientas mil copias. El Capitán América fue un ingrediente esencial para que Timely Comics, la editorial de Martín Goodman que luego pasaría a llamarse Marvel Comics, viviera su momento idílico. 
Hoy, luego de crisis y recuperaciones más o menos cíclicas, Marvel Entertainment hace estallar la taquilla en los cines de todo el mundo, con la historia del origen de este superhéroe patriótico.

Cocido a fuego fuerte

La faceta humana del superhéroe, Steve Rogers, crece en La Cocina del Infierno. Este lugar, a diferencia de los espacios netamente ficcionales que pueblan los comics, tiene existencia real y antes de formar parte del circuito turístico de New York tuvo una reputación, una mala reputación: era conocido desde finales del siglo XIX como el más bajo y sucio de todo el distrito de Manhattan.
Por si fuera poco, Steve queda huérfano de niño. Es menudo y débil pero aguanta todo; es noble y decidido, tiene coraje y no retrocede ante la adversidad, pero con eso no alcanza para superhéroe. Cierta tozudez y arrojo forman parte de las características humanas que no abandonarán a Steve y lo pondrán en riesgo a cada momento haciéndonos temer por su suerte. Pero, para que la historia perdure, tenía que pasar algo más, algo que lo hiciera “super”. Después de todo, el pibe tenía madera, así que uno de los científicos del Ejército de Estados Unidos, el Dr. Abraham Erskine (Stanley Tucci), lo transforma en super-soldado administrándole un suero.
Del otro lado del atlántico, el Capitán América despacha soldados nazis sin arrugarse el traje. Red Skull (Hugo Weaving, el malvado agente Smith de Matrix) es el único que le da batalla. Él también tiene poderes sobrenaturales, es muy inteligente y quiere dominar el mundo.
Al igual que el Capitán América, Red Skull tiene un origen humilde. Creció huérfano, pobre y dueño de un infinito resentimiento. Hitler lo saca de su trabajo de botones de hotel para habituarlo a los quehaceres del mal. Luego adquiere habilidades sobrehumanas a través de procedimientos semejantes a los que se somete Steve Rogers. Ambos son individuos peligrosos. Ambos son un producto de la ciencia. Uno representa el bien; el otro, el mal.

No es necesario decirles quién gana, lo que resulta llamativo es la atracción que genera hoy una historia tan simple. Su éxito en los cuarenta se atribuyó a las virtudes propagandísticas que adquiría el personaje en el contexto de la Segunda Guerra Mundial; quizá se diga que el de hoy se debe al 3D.

La fórmula del éxito

Los más de sesenta millones de dólares que la película recaudó a unos días de su estreno en EE.UU y el gran éxito que está teniendo en Latinoamérica, conduce a repensar un poco acerca de la eficacia de este tipo de relato. El mundo es otro, la dirección del film y los efectos visuales están lejos de ser excepcionales y sin embargo el público responde.

Que gane el bueno y que lo haga en nombre de los más elevados valores humanos, que el malo sea fácilmente identificable y, en definitiva, que exista alguien capaz torcer el rumbo de las cosas para que sean como imaginamos que deberían ser, es una fórmula cuya eficacia puede a veces prescindir de la creatividad y el talento quien la ponga en práctica.
Con el tiempo, la arquitectura de los cómics fue complejizándose hasta tornarse laberíntica. Además de la Edad de Oro, el cómic conoció otros periodos. La Edad de Plata, con nuevos superhéroes y universos narrativos. La Edad de Bronce, en los que se mostraba la fibra social y las angustias de estas criaturas indestructibles. Finalmente llega la Edad Moderna con ese mundo en el que el bien y el mal se entreveran inextricablemente dando origen a Superhéroes tan complejos y geniales como aquel Batman: The Dark Knight Returns acuñado por Frank Miller.


Capitán América “El Primer Vengador”, elude todo esto y vuelve al origen, siguiendo el ejemplo de aquellos primeros comics books. El film no plantea complejidad, originalidad ni innovación, simplemente edifica el castillo en el aire que estamos acostumbrados a recorrer y en el que no corremos ningún riesgo de extraviarnos.

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