jueves, 16 de diciembre de 2010

El campo amarillo

asfixiado por una luz fija. Los surcos escoriados. Todo lo que falta. El ahogo. Por la tarde, el brilo de venas congeladas, los dedos artificiales, los filos, los cuerpos transparentes, fosforecentes. La noche molida por la falta de aire, la saliva metalica, las heladas, lo que emana el barro, el humo, los colores ocres. Abajo, el viento vertical, los valles, las risas de madera, y muy adentro de todo tu corazón apretado como un abrazo de manos humedas. En una espiral sin sol voy descendiendo por peldaños, entrepisos, aguas turbias, cariños ciegos, calles rotas repletas de basura. Hay que pasar una y otra vez por esa herida abierta, desmadrejada de todo lo que turba. Hay que hacerlo para que no se mueran los deseos, para que el viento quede ventilando las noches ennegrecidas, la oscuridad oscilante, las piedras para limpiar el alma.

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