miércoles, 8 de diciembre de 2010

Porque mi mano ahora no apunta al infinito,

la tierra está acá. Buscaba la certeza y el amor. Iluso, ¿no? Un remedio, un placebo para mediocres. Ahora camino extrañamente confiado en que seré un signo indefinible, la belleza absurda de la página en un diario, mis fotos que no reconozco, la retórica del escándalo y lo que termina de imponerse. Antes o después tal vez me toque escribir mil veces la misma cosa. Me encuentro entre las copas de los árboles, en las canciones melancólicas. Me canto a mi mismo y me sueño en las tristezas de estas horas. Luces apenas distinguida, apenas audible. Lo que pasa es que yo vivo imaginando y no llego a poseer lo que evoco. Bebo café para ver el horizonte que se quiebra en pedazos distintos. En un extremo, las nubes desoladas y el silencio de la espera. Apenas mi voz tiembla y navega por el suelo. Levanto la vista y observo: el sol es una rosa pálida que se incendia.

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