martes, 2 de noviembre de 2010

17 de noviembre

Alguien entra a un río dispuesto a refutarse, otro trastabilla, otro pierde el pie y otro es arrastrado por el agua. Otro hombre será hallado en un lugar al cual nunca entró. Mañana, todo consuelo estará lleno de lugares comunes. Somos de una manera estrepitosa, como un avión de madera y un salvavidas de plomo. Hundimos a quien amamos en la profundidad gelatinosa de las palabras que no nos convencen, somos como el fuego que quema al mensajero, la desventura simple agigantada por un empacho, una sabiduría santa llena de parches y remiendos. Así se fueron envueltos en la oscuridad, así escaparon para partir de tanto mal. Nosotros, hechos astillas, somos desde entonces el empujón final a una piedad con sobrepeso. En mi memoria reposa erguida la luz de la mañana, una imagen que entra una y otra vez en mí. No quise decírtelo, no. Buscando el azar, una profunda necesidad de aclarar todo me cautivó. No tuve tiempo, no comprendí al comprender que yo habia viajado a lo largo y a lo ancho de muchos tiempos diferentes.

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