martes, 2 de noviembre de 2010

Años despues, seguro,

voy a evocar estos días como una seducción, una seducción y un disparo apenas errado. Una época en que mi recuerdo del mundo que me rodea, de las calles, los taxis, el mar de luces nocturnas, será brillante y de proporciones heróicas, como un sueño, hasta el punto de sentirme casi disociado. Esta es la sensación que te viene al recordar olores y sonidos, el rugido de la calle, el viento en la cara, la vida de varias chicas que arruiné, pasillos y rayos de luz,
el aire teñido del último recuerdo del calor que persiste en la llovizna. Pateo los sueños de hazaña y gloria. Me siento en un umbral cualquiera para ofrecer una mano a quien venga. Pero nunca hay nadie a quien ayudar. Se apagan las luces nocturnas, montones de amarillo y rojo en la mañana, edificios apretujados como estrellas. Vuelvo con el sol sin tener con quién hablar. Me siento bruscamente consciente. Creo que al fin voy a poder dormir. Tengo miedo, siento que se me deslizan los sueños. Tengo miedo de haberme equivocado. Recuerdo haber pensado ya no estoy adentro mío.

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