martes, 2 de noviembre de 2010

Julio

Volvimos en su auto. Recordé lo que me decía y pensé que tal vez estaba en lo cierto. Ella me hablaba de la suerte y de las cosas que pasarían, pero nunca apostaba ni un centavo en su vida porque sabía que el destino tenía todas las cosas a su favor y, por debajo de su pesimismo, de su sombría convicción de que toda la maquinaria estaba armada en su contra, en el fondo estaba convencida de que ella podría vencerlo todo, de que, si estaba atenta a las señales, sabría cómo esquivar la mala suerte y salvarse. Era fatalismo con una vía de escape y todo lo que debía hacerse era ponerla en funcionamiento. Era cuestión de no perderse ninguna señal, algo así como “supervivencia por coordinación”. La carrera no la ganan los veloces ni la batalla los fuertes, sino aquellos que pueden verla venir y esquivarla, como un futbolista experto en gambetas (ella es muy buena en el fútbol) o un político salta charcos en plena campaña (ella es muy mala mintiendo). Me detuve. No tengo ganas hoy de enfrentar a gente nueva. Después de días de haber sido golpeado por lo vientos abominables de la vida, era agradable sentirme en su auto, con ella, una vez más, adentro.

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