martes, 2 de noviembre de 2010

Ella recuerda haber arribado a esa playa

huyendo de los ruidos de la ciudad y que, en el primer día allí, el estruendo del mar le pareció una variación insospechada de la felicidad. Ella fue hasta el borde del mar y cayó de rodillas con las manos en los oídos y una sonrisa que apenas sabía nadar pero que se las arreglaba para mantenerse a flote. Ahora el ritmo de su respiración está sincronizado con el vals de las olas y al repasar sus sueños se descubre feliz y segura. Ella va a estar bien. Va a aferrarse a las crines del verano y va a quedarse en la playa hasta que el horizonte le advierta que todo vuelve a empezar. Todo igual pero diferente porque, como la sal, ella será orgullosa e inamovible parte del paisaje, de esa playa donde yo siempre la espero.


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