martes, 2 de noviembre de 2010

Las horas

Mi amigo perdió la cuenta de los días, perdió los lunes, los martes, los miércoles y los jueves. Dejó para siempre la responsabilidad, la calma, el martirio, el cielo, las mañanas y, sobre todo, las horas. Ahora las abraza y las cuenta sólo, con sus manos. Las junta, intenta atraparlas y reza. Las vuelve a contar y ya las detiene. Las horas flotan en el aire, hechas de viento. Sus horas son por eso inmortales, duran en los días y en las pupilas de los ciegos, en los frascos de aire y en el dolor de los enfermos. Lo rugoso en él es el tiempo que aisló las ideas y la ejecución de las órdenes. Hizo que los primeros minutos llegaran antes que la luz, sin instrumento alguno que las guiara. Quizás el también se volvió inmortal y no lo sabe. De a ratos se toma la cabeza con las manos y me pregunta por el ojo del huracán, por los viernes y los sábados y los domingos que saltan de su cabeza como escamas. Ahora la noche lo piensa, la noche lo está pensando, y ella se desnuda de nuevo dentro de su pecho. .

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