miércoles, 3 de noviembre de 2010

A lo lejos, entre la ciudad,

entre las ramas, el techo de tu casa, la frontera de tu tierra. Por tu barrio brama tu soledad, brilla tu río, montones de sonrisas, cielos sin nubarrones, el viento de tu alma, lo extrañado de tu sonrisa, las hojas secas que crujen día y noche. Dentro de mi se huele el humo de tu fuego; soy el perro que ladra esperando ser reconocido, el calor del sueño de tu dios dormido. Una duda cruza el ojo de tu cerradura. De nuevo calor, todo inmóvil. Tu mirada triste se derrama sobre el día, sólo sobre los árboles, la sed que corre por tu cuerpo. Silencio. Vos lo sabes bien, ¿para qué vivirlo? Hay algo que falta en tu día y no te decidís a buscarlo acá. Evidentemente es el sentido de tu vida, de esa vida que para todo el mundo está mal hecha, mal vivida, explotada, alienada, engañada, mistificada, pero acerca de la cual al mismo tiempo sabés que podría ser otra cosa. Es curioso: sos como algunos niños que sufren por no haber tenido suficientes horas de plaza. En el fondo querás que te amen pero, como en ciertas relaciones, no estás dispuesta a mejorar o aceitar la unión que te proponen. 

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