martes, 2 de noviembre de 2010

8 de setiembre

Voy para atrás y el envión va en busca de lo más profundo, y leo promesas que no se opacan y no se alientan ni una vez. Transforman su espera en un letargo al borde de la inmensidad. Poco cuentan los minutos y las horas, los días y las lluvias. Y siguen ahí, en la suspensión que remeda el infinito, por si acaso se diera de repente el tiempo fluido que se hamaca en un oleaje líquido y ofrenda su tributo a la paciencia lenta del que mira este día. Apenas sube el sol al horizonte, de costado al agua. La luz se despereza en los movimientos del día, se encuentra con la altura y sus convulsiones limítrofes. Suenan las veredas desusadas en que algún cualquiera pueda pararse y ver sin paz y sin memoria o, de lejos, ver las noches plateadas y las nubes celando al cielo como un espíritu antiguo. Yo te espero en cada esquina, mis pasos apuran por temor. Brota de tu mano dura. Me pregunto dónde te metiste, en qué lugar se agranda tu corazón de fantasía. Despierto brevemente. Miro hacia adelante.

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