martes, 2 de noviembre de 2010

Tomamos un pequeño departamento

al calor de esta historia que empezaba. Fuimos a un pueblito de la costa y todos miraban nuestra dulce suficiencia, nuestra ambigua cercanía cuando tomábamos sol, los leves empujones buscándonos en juegos, las risas incontrolables, el jubilo de las luces y las compras, los días de cenas solitarias, y un remolino oscuro de murmullos se levantaba al paso como una nube tonta.
En sólo quince días avivamos sentimientos contrarios, un dolor adormecido, una imagen quieta de la felicidad. Recordaríamos más que nada de aquello, nada. 
Nuestra casa se venía abajo, la coartada airosa de nuestra derrota, para hablar del deseo sin entendernos nada, las noches enlazadas de nuestros cuerpos, sus marcas blanquísimas y un sobre con postales de vocación turística que guardamos siempre como un talismán, los recuerdos que cortaban las tinieblas, las personas murmurando y esa imagen, la de mi chica, en bikini, diciéndome nunca te vayas.

No hay comentarios: