martes, 2 de noviembre de 2010

Anoche tuve un sueño:

vos y yo nadábamos en un río inmenso y después descansábamos al sol sobre una playa de piedras redondas. Sonriendo éramos felices. No es que deseáramos evadir las leyes generales de la vida, pero éramos ajenos. Sólo eso. No era la construcción de lo salvaje ni la acumulación de lo que tiene razón. Perfectos y ávidos para el amor, en fin, ¿qué puedo decir? ¿Qué me ha dejado la mañana? Un camino vacío, un puente o muchos a tu alrededor, y yo me subía a todos o algo así. Mis labios se pegaban a vos colgando de tus puentes que no sé si estaban ahora rotos para siempre. Vos llegabas al borde de tu ciudad, ahí, donde ceden las últimas cosas. Nunca pudiste cruzar esa frontera, creo. Nada de excesos en torno al asunto de los límites. Así, deja que las raíces de tu exilio sean interiores, que tus raíces nunca se replieguen temerosas de cruzar la zona del corazón, con el cuidado de la angustia. Tu invernadero de emociones es ideal, es tu precisión volando en linea recta como un desafío. Que sea un privilegio construir tu paisaje, tu escenario fiel, y mirarte ahí para toda la vida. Que sea un triunfo de la elaboración para quien sabe darse cuenta lo que es estar. Que yo represente esa idea: poder amueblar tu mundo y en cuanto a tu vida, vivirla como una cuestión intensa, que seas el icono de todo lo que me acuerdo cuando digo gracias.

No hay comentarios: