martes, 2 de noviembre de 2010

Aunque cierres los ojos,

huelas u oigas, este soy yo, no lo dudes. Hasta el viento que te da en la cara, soy yo; hasta la lluvia que cae sobre vos, soy yo. "No sos vos" estas a punto de decir, pero me saludas sin quitarme los ojos de encima. Vos también te quedas ahí mirando y mirando, pendiente, tal vez, cada uno de mis moviminetos. En este lugar no hay paz ni actitud, pensas. Pero estas dudas te hacen acercarte aún más. Ahora sopla el viento del sur. Ahora vos te extendés a encender un cigarrillo con el fuego y te extiendo. Respondés a cualquiera de mis llamados pero especialmente a ese que por común siempre te asombra. Como a mí. Tus vueltas -cuando vuelvo a vos y todo esta asombrosamente en su lugar y todo es distinto- igual que tus latidos, recuerdan viejas emociones. En cada una de mis palabras hablan mis despedidas, pero cada una tiene su propia voz e incluso su propio silencio. Ya somos inmensos como el mar pero aún podemos ser más pequeños. Vamos entonces, éste es el momento de salir a la calle y como todas las noches recorrer el mundo, el que late en tu piel que se cansó de las traiciones que te brindaron al instante. Hubiera querido llevarte de la mano a jugar a los muertos de amor y a los muertos de miedo; hubiera querido mirarte sin espejos y vos viajando invisible al sol; hubiera querido decirte todo lo que no te dije; hubiera querido no esperarte tanto; hubiera querido contarte de mis días y mis noches hechas pedazos; hubiera querido que no atendieras mis dudas infinitas; hubiera querido amarte más y perdonarme menos; hubiera querido tener un sombrero para decirte adiós y no un hasta luego.

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